Mirar un cuadro: Jerónimo Pérez

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MIRAR UN CUADRO: JERONIMO PÉREZ NAVARRO (JERONIMO)
OBRA: JARRON DE FLORES




Mi querido paisano Jerónimo Pérez, es un murciano nacido en Yecla, hace ya algunos años, aunque eso no se note en su entusiasmo y pasión por la Pintura, como ahora veremos.



Esa pasión que es notoria, viene de lejos. Tan lejos como ya lo está su niñez y adolescencia, en su Yecla natal, donde comenzó por su cuenta y riesgo, a practicar el dibujo y la pintura. Llegado a Alicante a mediados de los sesenta por razones profesionales como empleado de banca, en sus ratos libre siguió en su empeño de aprender a pintar mejor de lo que ya lo hacia. Para ello entró como alumno en la Escuela Profesional de Bellas Artes (sindical vertical de entonces) donde recibió clases de los pintores Manuel Baeza y José Luis Vicent.

Pero hasta llegar a Alicante, Jerónimo tuvo una vida bien entretenida. Comenzó ayudando a su padre en un negocio propio. Pero quizás porque no le veía muchas perspectivas de futuro, optó por buscarse la vida fuera de la sombra paterna o familiar y para ello opositó a empleado de banca y aprobó, pero tuvo que dejar pueblo y familia y marchar a Cádiz, cobrando un sueldo iniciar de setecientas cincuenta pesetas, con las que no tenía ni para pagar la pensión.
Luego estuvo destinado en otros lugares, pero siempre con la pretensión de volver a su tierra, que visitaba en cuanto le era posible. En una de estas visitas y con ocasión de unas fiestas, el destino le hizo conocer a Lucia, que oriunda también del pueblo, venia con cierta frecuencia desde Alicante donde residía. Y como entonces los empleados bancarios, gozaban de cierta aureola entre las mozas casaderas, por su seguro porvenir, Jerónimo, que hasta entonces vivía libre como un pájaro, se dejo cazar de buena gana por Lucia, que le corto las alas y lo enjauló en jaula dorada, donde se sintió feliz y libre, a pesar de estar enjaulado.
Eso nos ha pasado a muchos y bendecimos el día en que perdimos la libertad, para encadenarnos voluntariamente a las mujeres que amamos y nos aman. Es el “¡Vivan las caenas!” de los absolutistas fernandinos. Cadenas que se tornan lazos de seda para atar el dulce regalo del amor.
Después de tamaña cursilada salida de mi vena romántica decimonónica, si no me abucheáis sigo con la vida y milagros de Jerónimo.

Teniendo en cuenta el sistema de enseñanza pública de las Bellas Artes, que en todo tiempo y lugar, ha consistido en poner delante del alumno un yeso ,un bodegón de cacharros o una estampa, y decirle “Pinta eso” .
Luego, cada cierto tiempo, a veces largo tiempo, parada del profesor delante del incipiente cuadro; decirle de forma desganada: “tienes que hacerlo mejor”, “puedes hacerlo mejor” “la línea, la línea es los que importa” o cosas por estilo y ¡adiós!. Hasta dentro, quizás de días, en que el abúlico profesor volvía a poner su docta mirada sobre el trabajo del alumno.

No creo que Jerónimo sacara mucho mas de la Escuela Profesional, de lo que traía aprendido por sí y de lo que entre si se enseñaban los alumnos. Por tanto en cuanto al aprendizaje, podemos decir que Jerónimo es un autodidacta, que como todos los autodidactas que en el mundo hemos sido, ha aprendido lo mucho que hoy sabe, a base de dar palos de ciego, de tropezar, caer, levantarse y seguir con entusiasmo el camino sin final del aprendizaje, en el que ha ido dejando hitos o mojones que, en forma de cuadros, marcan su impronta en el Arte de la Pintura.

De una u otra forma, el caso es que Jerónimo se dotó de una buena técnica, con la que desde hace muchos años viene creando una obra, en la que el motivo floral y el retrato son sus principales fundamentos.
Practica también el paisaje del natural, con la excelente técnica de los maestros del XIX, con Cezanne como Norte y como antecedente más cercano a González Santana. Y el bodegón clásico al estilo de Gálvez y Parrilla. Pero todo ello recreado y pasado por el filtro de su personalidad.

En los motivos florales, Jerónimo coge la mejor técnica de los impresionistas, sin llegar a dispersar la pincelada hasta el punto de dejar que el ojo del espectador se tome el trabajo de la recreación, pero dándole con ella o con la espátula, esa vibración que solo logran los que como él, utilizan manchas de color yuxtapuestas y sin fundir entre sí. Es decir, la técnica de los grandes artistas de todas las épocas, con Velázquez a la cabeza.

Pero cuando Jerónimo se pone a cultivar rosas en la parcela del cuadro, al igual que un Lor ingles lo hace en su jardín, su pintura llega a lo más alto. En eso hay pocos pintores o pintoras, yo diría que ninguno, que le iguale en la pintura alicantina. Las rosas de Jerónimo nacen frescas y radiantes como fruto de la rapidez en la ejecución y de dejar el color en su sitio y al primer toque, sin arrastrarlo apenas. No atormenta el color, ni perfila las líneas. Todo lo deja en un inteligente y pictórico inacabado, con un leve fondo casi neutro de color, que ayuda a armonizar el conjunto del cuadro.

En el difícil mundo del retrato, Jerónimo se desenvuelve con soltura, apoyado en un dibujo que domina como el que más para lograr el parecido, sin que por ningún sitio se vea línea alguna y si las manchas de color con las que moldea la figura. Aun recuerdo el de un niño de rasgos indues, que un día me mostro aquí en la Asociación, y que me dejo impresionado, porque si ya de por sí, el retrato en pintura es de lo más complicado, el de un niño lo es aun mas, como podemos ver en las grandes obras maestras de la antigüedad, incluso de Rembrandt, en las que sus niños o angelotes, eran de lo más flojo del cuadro. Aquel niño, tenía cara de niño y la gracia angelical que solo tienen ellos y que Jerónimo captó, con exactitud en el dibujo y el color, logrando un parecido fiel como pude comprobar. Era un niño digno de Murillo visto desde una óptica pos- impresionista y vibrante, que por suerte ahora vamos a poder ver.

Con todo ese bagaje técnico y con el óleo y el acrílico como materia, Jerónimo, que por razones de espacio en su estudio no puede realizar grandes formatos, es un pintor que, milagrosamente, vende porque su pintura tiene el atractivo singular de aunar el Arte y lo comercial. Es decir, Jerónimo, sabe lo que hace y por ello vende lo que hace. En esto le sale la vena practica de quien tantos años como él, ha estado “haciendo números” y cuadrándolos. Por eso, Jerónimo, además de artista, tenemos que decir que es un genio.

En razón de las ventas de esas pequeñas obras de bolsillo y de Arte, que son de comprar y llevar, Jerónimo no se ha prodigado muchos en exponer. Solo cuatro individuales y algunas colectivas, especialmente a raíz de asociarse con nosotros. Una de sus más importantes individuales, se la patrocinó la Diputación alicantina en nuestra Sala.

Ahora viene aquí para traernos a nuestra consideración, la obra titulada: JARRON DE FLORES. Como casi todas las suyas no es de gran formato, pero sí de “gran arte”. Y además, como se dice del mejor perfume, viene en frasco pequeño y concentrado.

Conozco a Jerónimo, desde hace poco mas tres años, pero no sé si será por eso del paisanaje y de la franqueza y sencillez que caracteriza a los murcianos, parece como si lo conociera de toda la vida. Yo lo veía como un hombre educado y amable; siempre bien trajeado y pulcro y algo tímido en el trato. Con sus gafas de docto profesor, su pelo blanco y su bigote fin de siglo XIX, siempre me dio la imagen de un autentico caballero en su atuendo y modales. Pero con ocasión de su charla- coloquio-exposición en el Ateneo, presentado por Tomy Duarte, además de reafirmarme en todo lo anterior, me di cuenta de lo ingenioso que es para narrar vivencias y del fino humor que derrocha, típico del caballero ingles, que para mí en su aspecto ya lo era. Si a todo eso le añadimos, su bondad sin límites y su hombría de bien, no es extraño que considere un privilegio ser su amigo y espero que él lo sea mío y por extensión de todos los que hoy le acompañáis en el trago semidulce de su paso por este Taller de”Mirar un cuadro”.

Muchas gracias.
Carlos Bermejo
Alicante, 8 de Octubre de 2009


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